La mañana de aquel 21 de diciembre de 2008 hacía frío, nevaba suavemente y los cristales de mi ventana habían amanecido empañados por el vaho, como el resto de mañanas de aquel invierno recién inaugurado. Sin embargo, no era una mañana cualquiera. La feria «Juvenalia», en Ifema, abría sus puertas y Bea y Estefanía me esperaban en el acceso Sur a las nueve menos cuarto. Nada hacía presagiar que aquella mañana conocería al amor de mi vida en un stand del pabellón 9.
– ¿Habéis visto el metro? ¡Había muchísimos niños, incluso más que ayer!, dijo Bea con incredulidad.
– Me ha llamado Gema, de la agencia, y dice que hoy van a venir a ayudarnos más azafatas, pero no me ha dicho los nombres, comentó Estefanía.
Las tres caminábamos entre risas recordando anécdotas de la tarde anterior, en la que decenas de pequeños se agolpaban en nuestro stand para pedir caramelos y bolígrafos de colores. Al llegar, un chico alto, con ojos verdes y el pelo ligeramente despeinado llamado David nos esperaba. No fue un flechazo, pero sí una amistad inmediata. Unos minutos después llegaron: Ana, Jorge e Iñaki. Pero poco importaba.
– Como somos tres chicas y tres chicos, nos dividiremos por parejas. Dos en cada mostrador y otros dos en la parte de dentro explicando el cuestionario a los niños, sugirió Estefanía, quien además trabajaba como coordinadora.
La suerte quiso que David y yo estuviéramos juntos en uno de aquellos mostradores. A partir de ese momento comenzaron una serie de sonrisas y miradas cómplices que se repetirían durante los diez días que duró la feria. Recuerdo que, esa misma tarde, Ana perdió la llave del almacén en el que guardábamos los regalos para los niños que participaban en un cuestionario sobre el origen del Metro de Madrid que hacíamos en el stand. Ana estaba muy nerviosa porque era su primer día como azafata y no sabía cómo decírselo a Estefanía.
Al ver que nos habíamos quedado sin regalos, los niños empezaron a perder interés por conocer nuestro stand. Mientras Jorge intentaba abrir la puerta del almacén, David y yo comenzamos a interactuar con los pequeños y a explicarles el nacimiento del primer metro en Madrid como si de un cuento se tratase. Cuando Iñaki y Estefanía regresaron de comer, más de 20 niños hacían cola para visitar nuestro stand. Ana le explicó a nuestra coordinadora lo que había sucedido, quien por suerte tenía otra copia de la llave. Todos los niños se llevaron aquel día su regalo, pero yo me llevé el mejor regalo de todos: la persona que me hace feliz desde aquel 21 de diciembre.